Comienza septiembre y, probablemente, junto con el inicio del curso escolar, tras estas merecidas vacaciones, te estés planteando emprender nuevos proyectos, retos,… (retomar tus clases de inglés, bajar esos kilos de más,…) y cómo no, también analices cómo es o cómo ha sido tu vuelta al trabajo. Como ya sabes, mucho se habla del estrés post-vacacional.
Durante el año, es fácil sentirse atrapado por la rutina y vorágine del día a día y, por ello, apenas tienes tiempo de dedicar a pensar cómo te sientes en tu actual trabajo para verificar si éste te aporta a tu desarrollo profesional y personal.
Sin embargo, durante el verano habrás tenido más tiempo para reflexionar sobre cómo te sientes cuando vas a trabajar y, si no es así, seguro que la vuelta al trabajo te habrá hecho abrir los ojos.
Si sientes que:
- Estás atrapado en la rutina de tu trabajo y ya no te estimula.
- Para ti ya no tiene sentido continuar levantándote para ir a trabajar y perdiendo más días de tu vida haciendo las mismas tareas una y otra vez.
- Cada vez te irritas con más facilidad, estás apática o continuamente quejándote (y antes no lo hacías).
- No estás motivado para realizar tu trabajo.
- El trabajo que realizas no te ayuda a desarrollarte como persona.
- Has sentido que tu salud ha empeorado: te sientes constantemente cansado, desanimado, …
- No te valoran y/o no reconocen tu trabajo.
- Es insostenible el ambiente laboral en tu empresa.
- No te permiten exponer y aportar tu opinión.
Es muy probable que ya te hayas planteado cambiar de trabajo. Así que, llegada esta situación, tienes dos opciones, continuar siendo muy consciente de la misma (todos los años que te quedan por aguantar hasta tu jubilación) o, bien, como dice la expresión: “coger al toro por los cuernos” y asumir que podemos hacer algo por mejorar.
En el primero de los casos, te recomiendo que diferencies entre:
- Zona de influencia: parte del entorno que eres capaz de modificar.
- Zona de no influencia: parte del entorno que no eres capaz de modificar.
Hace años me tocó lidiar en el trabajo con una compañera que no disponía de inteligencia emocional y no le importaba gritar a sus propios compañeros delante de clientes, a lo que se le sumaba la falta de liderazgo del director que lo permitía.
En muchas ocasiones, le establecí los límites, sin embargo, hasta que no comprendí que no iba a lograr cambiarla (ella estaba fuera de mi área de influencia) y que tenía que sobrellevar esa situación de la mejor forma posible, no fui consciente de las habilidades que me estaba ayudando a desarrollar. Además, decidí tomar decisiones en mi área de influencia, lo que me permitió que me trasladaran a otra oficina en la que ella no trabajaba.
Para aquellos que se sitúan en el segundo caso, y que desean “coger el toro por los cuernos”, somos conscientes que cambiar de trabajo no es una decisión fácil: implica romper con una estabilidad, salir de tu área de confort, buscar otras opciones, gestionar la incertidumbre de “qué pasará”. En algunos casos, dejar un trabajo es un lujo que no se puede permitir debido a que la posibilidad de quedarse sin nada sencillamente no es una alternativa viable. Sin embargo, te encuentras en una situación privilegiada, ya dispones de un trabajo y puedes tantear otras opciones negociar el periodo de prueba, solicitar alguna excedencia,… y continuar en una situación laboral como la que te encuentras puede ser que a medio – largo plazo pueda llegar a afectar a tu salud. ¿Merece la pena ese sacrificio?. ¡Establece un plan para lograr tus objetivos profesionales!
Si no te sientes identificado con ninguna de las afirmaciones mencionadas en el listado: “Enhorabuena!!. Perteneces a esa gran minoría que tiene un trabajo que le permite lograr su desarrollo profesional y personal”
Y tú, ¿cómo te sientes y cómo te encuentras a nivel profesional? Esperamos tus comentarios.